PHOENIX – Beatrice Herron, de 73 a\u00f1os, aferr\u00f3 un folleto en el que se ofrec\u00eda televisi\u00f3n por cable a bajo coste, imagin\u00e1ndose instalada en un apartamento, en alg\u00fan lugar fuera del calor de Arizona donde, <\/b>como otras personas de su edad, pudiera acomodarse en un sill\u00f3n y sintonizar un televisor propio.<\/p>\n<\/div>\n En cambio, a esta abuela y antigua trabajadora del autom\u00f3vil se la puede encontrar casi todas las ma\u00f1anas en una cola de comida o buscando sombra bajo el toldo de una cl\u00ednica ambulante. Por la noche, duerme en una esterilla en un albergue para indigentes. Lamenta los olores a excrementos humanos del exterior y a los ladrones que la han victimizado en repetidas ocasiones.<\/p>\n<\/div>\n<\/div>\n Apenas destaca entre las docenas de ancianos que utilizan sillas de ruedas y andadores en un complejo de albergues para personas sin hogar cerca del centro de Phoenix, ni entre los habitantes de pelo blanco de las tiendas de campa\u00f1a de las calles circundantes, testimonio de un aumento demogr\u00e1fico que est\u00e1 desbordando la red de seguridad social de Estados Unidos.<\/p>\n<\/div>\n Casi un cuarto de mill\u00f3n de personas <\/b>55 a\u00f1os o m\u00e1s, el Gobierno calcula<\/a> que han sido <\/b>sin hogar en Estados Unidos durante al menos parte de 2019, el recuento federal fiable m\u00e1s reciente disponible. Representan un segmento especialmente vulnerable de los 70 millones de estadounidenses nacidos despu\u00e9s de la Segunda Guerra Mundial conocidos como la generaci\u00f3n del baby boom, los m\u00e1s j\u00f3venes de los cuales cumplen 59 a\u00f1os este a\u00f1o.<\/p>\n<\/div>\n<\/div>\n <\/p>\n